martes, enero 10, 2006

Historia de una subida y una bajada

CERVINO - MATERHÖRN 4.478 m.
AGOSTO 1996

Durante el traslado de casa que hice recientemente, cosas de la vida, me encontré este borrador de una aventurilla que escribí ya hace mucho tiempo y que ahora después de releerlo, aunque cambiaría algunas cosas del texto, transcribo tal y como lo he encontrado, ya que si así lo escribí es que así es como fueron cosas.
La aproximación.
Finalmente nos pusimos la mochila a la espalda. Había llegado el momento, el tiempo no era malo y las previsiones meteorológicas anunciaban una mejora para los próximos dos o tres días, en principio, más que suficiente para conquistar la cima y bajar sin ningún problema. Así, dejando atrás el tercer y último de los teleféricos nos pusimos a caminar, siempre acompañados de muchísima gente, más montañeros con la misma idea que nosotros y un sinfín de lo que podríamos llamar domingueros que aquí en Suiza se dedican a subir a una montaña, aunque claro está solo hasta el refugio, para tomar algo, disfrutar de una vista preciosa y bajarse algo más tarde. El camino de aproximación no tenía ninguna complicación, salvo el desnivel que se había de ganar y un calor realmente insoportable. Empezamos fuertes, rápidos y con muchas ganas, aunque a medida que ganábamos metros el paso se hacía más lento y tranquilo y poco después empezaron las paradas técnicas, esto es, beber agua y tomar un poco de aire ya que se empezaba a notar la altura. Al final se agotó el agua de nuestras cantimploras y las paradas para respirar se hicieron más tímidas ya que a nadie le gusta de mostrar su debilidad y cansancio. Joan marchaba primero, siempre en cabeza, fuerte como un toro, compitiendo con el mismo por adelantar a todo el que podía. A cierta distancia estaba yo, con paso lento pero seguro, inmerso en mis pensamientos, vagabundeando por entre los rincones de mi cerebro. Todo se agolpaba en mi mente, la novia, la montaña, los amigos, otras montañas y un sinfín de ideas que iban y venían al son de mis pasos. Algo más atrás, el tercero del grupo, Lluis, que cojeaba un poco a causa de una ampolla en el talón de su pie izquierdo. Así, tras tres largas horas llegamos al refugio Hörnli a 3.260 m. Podríamos decir que aquí empezó nuestra pequeña odisea, por supuesto plantearse dormir en el refugio era una cosa fuera de nuestro alcance, más que nada por problemas monetarios, tampoco podíamos comprar un poco de agua ya que los precios eran algo abusivos para nuestras carteras, sobre las mil pesetas al cambio si no recuerdo mal.Así que nos fuimos a una maravillosa zona de acampada que ya nos habían comentado unos amigos y empezamos a montar la tienda tan bien como pudimos ya que entre la falta de aire, que realmente se notaba, la falta de agua y la caminata nos agotaban de una manera que no me había esperado. La zona de acampada, realmente, no era más que una de aquellas tarteras que invitan a ir a dormir al refugio, pero no podía ser. Acabar el montaje y todo lo demás nos llevó mucho tiempo pero por fin todo estaba dispuesto y en su sitio, así que ahora tocaba comer algo. El agua la conseguimos de una placa de nieve a la que alguien le había colocado una canaleta por la que salía casi gota a gota. Al final tras conseguir el agua necesaria nos preparamos una sopa y nos dispusimos a descansar un rato ya que después de tanto ejercicio a esta altura y sin estar acostumbrados estábamos cansados. No duró mucho el descanso, Joan y yo nos levantamos, la idea era reconocer parte del camino para que al día siguiente no nos fuese tan complicado seguirlo. Lluis estaba todavía un poco mareado por la falta de oxigeno, se quedaba en la tienda a descansar un poco más. Nosotros dos, parecía que habíamos aclimatado un poco mejor y ahora moverse ya no era tan cansado. Cogimos el material mínimo necesario y partimos hacia el camino. Nuestras miradas no perdían en ningún momento la majestuosidad de la montaña que ahora ya a medida tarde estaba tapada por una nube como venía siendo habitual, según nos comentaron. Por fin nos encontramos al principio de la vía, un paso de escalada con cuerda fija en un espejo muy húmedo, después un flanqueo y otra cuerda fija y por fin el camino se hacía más estable. Lo seguimos, pero lentamente, ya que aunque habíamos creído que no podía ser tan complicado era realmente fácil perderse, así que intentábamos memorizar este y aquel lugar y alguna que otra roca que nos sirviese de marca para el día siguiente. Como no, nos acabamos liando y llegamos a un punto por el que veíamos impracticable la marcha. Enseguida lo tuvimos solucionado, al mirar hacia abajo para ver un posible camino descubrimos una pequeña colección de cintas planas y cordinos, señal inequívoca de que no éramos los primeros en equivocarnos, osea, que Joan amplia la colección con un nuevo cordino, cosas de seguridad, y montamos un rápel hasta otro camino más evidente. Estábamos algo cansados y no era cuestión de seguir mucho más ya que mañana el día seria bastante duro. Decidimos hacer un alto y mientras tomábamos un sorbito de agua nos íbamos fijando por donde van bajando todos los que subieron ese día, verdaderamente es todo un laberinto de caminos, rápeles y trozos de escalada, pero al menos conocemos un tramo y al día siguiente tocará hacerlo de noche.Después de un rato decidimos volver a bajar y ver como estaba Lluis, este nos saluda desde la tienda y diez minutos después nos reunimos con él. Se encontraba mejor y hasta había estado recogiendo agua para la cena así que cenamos y nos ponemos a charlar un rato antes de ir a dormir, además ya no da el sol y empieza a notarse algo de frío. Poco antes de entrar en la tienda nos viene a hacer una visita un chico, creo que brasileño. Parece simpático y nos pregunta que si mañana subiremos a lo que respondemos que sí. Entonces él nos dice que si podría acompañarnos, a lo que no tenemos ningún problema, así que decidimos levantarnos a la una de la madrugada, más o menos una hora antes de lo que lo hacen los guías que alquila la gente rica que duerme en el refugio. Es hora de retirada y después de continuar con la charla un rato más y darnos ánimos para el día siguiente, nos vamos a dormir.

La subida.
Llegó la hora, es la una, hace frío y todo está oscuro y silencioso. Parece mentira lo bien que he dormido, ni dolor de cabeza ni malos sueños, parece que la aclimatación es perfecta, suerte, ya que hace dos años no fue tan fácil y pasé muy mala noche. El almuerzo consta de una galletita energética y un carajillo de aquellos preparados, que estaba realmente asqueroso. Nos empezamos a cambiar y poco después aparece David, el brasileño. Cinco minutos de charla, más ánimos, cuatro patadas al suelo para entrar en calor y nos dirigimos hacia el principio de la vía. Hacemos los primeros pasos a la luz de los frontales, avanzamos bastante bien y poco después las pilas de los frontales ya empiezan a fallar. Parece mentira lo que se gasta una pila con frío y a esta altura. Paramos, cambiamos las dichosas pilas y seguimos avanzando. De vez en cuando hacemos alguna parada para beber un poco. No llevamos mucha agua, ya que la noche anterior no nos acordamos de deshacer un poco más y por la mañana la nieve estaba helada. Creemos que será suficiente, justa pero suficiente, en principio calculamos que si todo va bien serán unas seis horas de subida más un par o tres de bajada. Por fin llegamos hasta el punto en el que nos habíamos quedado el día anterior. A partir de aquí todo es nuevo y todavía es oscuro. El camino engaña mucho y de vez en cuando tenemos que desandar un poco para tomar una nueva decisión. Así hasta que llegamos a una canal que nos corta el paso. Los guías ya hace rato que salieron, ahora vemos las luces de sus frontales a lo lejos, no tardarán mucho en estar cerca nuestro. No vemos otra posibilidad que intentar escalar la canal.Estaría a media canal cuando Joan que iba primero resbaló y formo una pequeña lluvia de piedras que pasaron silbando cerca de mi cabeza. Poco después otro desmoronamiento, esta vez el ruido era más sordo, las piedras debían de ser más grandes por lo que me cogí lo mejor que pude, aplaste mi cabeza contra la pared y esperé. Por suerte fue menos grave de lo que había creído, un golpe en la cabeza, suerte del casco, una en la mano y otro en el hombro. A todo esto los guías pasaban sobre nuestras cabezas y cuando Joan llego a su altura en el camino alguien grito: - Torero!!.No era para menos, nos habíamos equivocado. La canal la conseguimos subir sin más problemas y no debía de ser muy sencilla a juzgar por el comentario del guía. Ahora todo era más fácil, era el momento que habíamos estado planeando, el momento en que nos dedicábamos a seguir a los guías y con un trozo ya echo ya no podían quejarse de nada, ellos nos adelantaban y nosotros nos poníamos detrás suyo. Ya tenían razón, los compañeros, cuando nos dijeron que saliésemos antes de la hora para ganar algo de terreno a los guías, estos iban muy fuertes y se hacia una tarea algo difícil seguirlos en una alocada carrera montaña arriba, pero también había que ver como trataban a sus clientes que más parecían sus perros que no otra cosa. Todos encordados, cada uno con su cliente, tirando de ellos continuamente y sin darles ni tan siquiera tiempo para tomar un poco de aire. Vi como un guía paraba, bebía de su cantimplora y la guardaba sin ofrecerle a su cliente, un segundo después ya estaba tirando de el otra vez.El esfuerzo bien valió la pena, después de unas cuantas horas de las que ya habíamos perdido la cuenta llegamos a la cabaña-refugio Solvay. Era un verdadero placer poder sentarse un rato, tomar un corto trago de agua, descansar, no realizar esfuerzo alguno, estábamos a unos 4003 m. de altitud y costaba algo respirar pero durante la subida todo había ido bien y la aclimatación era buena. Allí, en la cabaña nos reunimos con más gente, era un lugar de descanso casi obligado para acometer después el último tramo de escalada. Tomamos otra barrita energética, otro poco de agua y nos dispusimos a partir. Que poco que duran las cosas buenas, no pasó mucho tiempo y ya estábamos de pie otra vez, ahora empezaba la parte más seria, el camino se convertía ahora en una escalada, no con mucho grado pero si más arriesgada, por la altura, el frío, los tramos de nieve y la falta de oxigeno. Poco después de la salida tome una decisión que ni yo mismo entiendo como fue posible que se me ocurriera, tome la cabeza del equipo y empezaron las sensaciones fuertes. Verdaderamente mi elección no sé hasta que punto fue la más acertada, pareció, al menos para mis compañeros, una acción de coraje o valentía pero mis planteamientos me decían que era la posición más cómoda o mejor todavía, la más segura. La idea era que si iba atrás y resbalaba o caía antes de que se dieran cuenta podía arrastrarlos a todos y si en cambio se caía alguien por delante, no estaba seguro de poder aguantar la acometida, en cambio al ir delante, si sucedía algo de esto eran tres los que podrían haberme parado al verme caer, osea, que más que valentía, fue una muestra de miedo. El caso es que allí estaba yo guiando al grupo, cogiendome a esta y a aquella piedra, vigilando que ninguna de ellas se soltase en el momento de asirme, eligiendo los mejores lugares para poner los pies, vigilando la marcha de la gente que iba más adelante. No sé cuantas ideas y decisiones pasaron por mi mente en aquellos momentos pero seguro que fueron muchas y no faltaban las negras, tal vez un resbalón, puede que algún tirón por detrás, una piedra que se soltaba al cogerla, otra que caía desde arriba...Al final superamos el hombro y llegamos a los tramos de nieve. Nos calzamos los crampones, tomamos el último sorbo de agua, ya no quedaba, y nos dispusimos a partir. El cielo era azul y las nubes estaban lejanas, pensábamos que era perfecto y que al final, en la cima, la vista seria extraordinaria. Nos pusimos en marcha otra vez, otra vez de primero, arañando las piedras con los crampones, clavando sus dientes en pequeñas hendiduras, superándonos cada vez un poco más. A veces la vía se acercaba a la espeluznante cara norte y no podía por menos que tragar saliva y mirar hacia abajo, la belleza, la dureza, el vacío, el silencio, cuantas y cuantas cosas me invadían ante tal vista. Por fin, ya estaba, llegamos al tramo de cuerdas fijas, unas maromas como un puño de gruesas, por donde discurría una hilera de personajes desconocidos, con la misma idea en la mente que nosotros, llegar!.En ese momento fue cuando nuestro no muy agradable compañero nos abandonó, le hicimos el camino difícil, ahora prescindía de nosotros. Lluis se puso en cabeza, detrás yo y Joan tras de mí. Empezamos a escalar, las maromas por supuesto aguantaban pero no podía por menos que mirarlas con aire de desconfianza. El paso era lento, nos servíamos de nudos prusik para ir avanzando, era más seguro y ninguno de nosotros se fiaba solo de sus manos. Delante nuestro marchaban unos coreanos, escandalosos y muy, muy lentos, pero era imposible pasarlos así que nos tuvimos que resignar a seguir tras ellos. Se había levantado algo de viento y ahora todo el mundo gritaba para darse ordenes, para hacer comentarios o cualquier otra cosa, una nube se acercaba amenazante. Los tramos de cuerda fija fueron salvados un tras otro y por fin giramos a la cara norte.Allí ya no había maromas, ahora todo dependía de piolets y crampones y de fuerza de voluntad para superar los pasos. Al llegar a la primera reunión nos aseguramos y aquí empezaron nuestros problemas, Intentamos beber algo de agua, ya que la altura, el frío y el cansancio nos estaban deshidratando pero no quedaba nada en las cantimploras, así que la opción era tomar algo de nieve, que no apaga las sed pero al menos refrescaba algo. Más abajo oímos hablar a alguien en castellano con un inconfundible acento, poco después un grupo de vascos llegaban a nuestra reunión, Estuvimos charlando un rato, uno de ellos estaba algo mareado por la altura verdaderamente se le veía atontado. En ese tiempo la odiosa nube llegó donde estábamos, ahora la visibilidad se hacia casi nula y no presagiaba muy buenas esperanzas para la empresa. Otra vez nos pusimos en marcha, reunión tras reunión. Era Joan quien habría, detrás yo asegurándole y tras de mi Lluis. Me encontraba en una de las reuniones con Lluis asegurando a Joan y charlando con los vascos cuando uno de ellos, el que estaba mareado, resbaló, cayó al suelo y empezó a descender, iba asegurado y esto le detuvo de una muerte casi segura pero el susto que nos llevábamos al verlo, y el golpe que recibió el punto donde estábamos asegurados, nos dio un buen susto ya que creía que nos íbamos todos con él por la fuerza del impacto. Dos reuniones más arriba, la última que se veía, era el momento de tomar la decisión. El tiempo no cambiaba, la nube seguía allí, no se veía nada, apenas nos veíamos entre nosotros y pensábamos que todavía teníamos que bajar. Fue entonces cuando vimos a un grupo de españoles que bajaba, nos dijeron que no quedaban más de veinte minutos para hacer cima lo que significaba que no podíamos estar, según nuestros cálculos, a más de veinte o treinta metros del final y llegó la discusión. Teníamos que subir, o debíamos dejarlo en este momento. La fuerza no nos había abandonado pero la visibilidad, la posibilidad de que oscureciera bajando, la falta de agua, el anterior susto y un sinfín de excusas que se nos pasaban por la cabeza nos hicieron desistir. Joan no quiso tomar ninguna decisión, el como siempre habría seguido para arriba, pero Lluis y yo no lo teníamos tan claro, así que decidimos que lo mejor sería bajar y abandonar la ascensión en este punto.

La bajada.
De esta manera empezaron lo que serían unas largas horas de odiosos rápeles. La deshidratación por falta de agua empezaba a ser preocupante, la nube nos envolvía completamente y la visibilidad era mínima, llevábamos doce horas en la montaña y a lo sumo habíamos consumido más de medio litro por cabeza. La nieve que tomábamos no hacia más que refrescar durante unos instantes y después seguíamos tan sedientos como al principio. No quedaban una infinidad de rápeles y después el camino.Acometimos los rápeles, uno, otro, siempre intentando seguir a la gente que bajaba para no perderlos de vista, se había hecho un trabajo monótono, montar las cuerdas, bajar, desmontar y a por el siguiente. Fue entonces cuándo empezamos a cansarnos, las cuerdas al intentar desmontarlas se enganchaban en alguna grieta y teníamos que pegar fuertes tirones entre los tres para recuperarlas y lo peor se daba cuándo con este rústico medio no funcionaba y entonces uno de nosotros, normalmente Joan, tenía que volver a escalar un tramo para desatascarla y después destrepar, tras todo este esfuerzo se tenia que recoger las cuerdas de forma ordenada para volverlas a lanzar y cuando se ha realizado la tarea unas cuantas veces parece como si el peso de la cuerda que además estaba mojada por la nieve creciera de una manera misteriosa. Tras muchas penas, estirones, esfuerzos y destrepes llegamos a la cabaña-refugio Solvay. Hicimos un merecido alto, la gente dentro descansaba y fuera ya no se veía a nadie. Estábamos solos y teníamos que tomar una nueva decisión, quedarse y seguir al día siguiente o bajar con el riesgo de que anocheciera antes de que llegásemos. La decisión estaba tomada, no teníamos agua, quedarse significaba demasiadas ¡horas sin beber. Empezamos el descenso tomando todas las precauciones posibles. Descendíamos lo más rápidamente posible intentando siempre seguir el trazado que nos parecía más correcto pero la cosa no duró mucho y poco después nos encontramos en un callejón sin salida. Ya no teníamos muy claro donde estábamos, después de buscar un poco encontramos lo que buscábamos, alguien en algún otro momento había llegado donde estábamos en ese momento así que había más de una cinta indicadora de un rápel desesperado. No había más remedio, ampliamos la colección de cintas y a rapelar, uno tras otro, un rápel y después de buscar un poco en el siguiente paso otro mas. Se sucedían los rápeles y la sed y el agotamiento empezaba a pasar factura. Otro rápel, primero bajó Joan, después Lluis mientras yo quedaba tercero. En ese momento, Lluis que no llevaba el ocho y rapelaba a mano, resbaló y como tenia las manos medio heladas y la cuerda estaba humedecida por la nieve no pudo agarrarse a ella por lo que cayó unos metros hasta ser parado por unas rocas. Nos quedamos estupefactos y por un segundo inmovilizados sin saber que hacer.Esos segundos que parecían horas transcurrieron lentos en mi mente, Lluis caía lentamente intentando cogerse a la cuerda, yo desde arriba no podía hacer otra cosa que mirar tal y como le sucedía a Joan. Después el impacto contra la roca, la frenada, unos segundos de silencio mortal y por fin la voz de Lluis. No fue más que un golpe y el consiguiente susto, por suerte no había sido más que un resbalón sin mas consecuencias que un golpe en el costado y en la pierna. Tras el susto y después de descansar un rato para relajarnos, seguimos la loca carrera hacia el calor de la tienda, hacia el agua, hacia la tranquilidad de verse a salvo. No sabia cuanto tipo llevaríamos bajando, pero por fin la oscuridad nos venció abatiéndose sobre nosotros envolviéndonos en su negra capa. Cayo la noche. Cada vez se reducían ,mas las posibilidades de llegar, ahora necesitábamos de los frontales para avanzar pero no veíamos más de dos o tres metros por delante de nosotros, algo muy escaso teniendo en cuenta el laberíntico camino, una pequeña desviación y podríamos quedar cortados por una vertiginosa caída hacia el inicio del glaciar. Para redondear las cosas ya que parecía que todavía no habíamos sufrido suficiente, el frontal de Joan no duraría más de diez minutos, no había pilas de recambio y Lluis había perdido el suyo. Seguimos un tramo más, unos cuantos metros, un rápel y por fin nos quedamos casi a oscuras. Ya solo quedaba mi frontal, teníamos que tomar una decisión, ahora el descenso se hacia sumamente lento y mis pilas no durarían eternamente. No quedaba más remedio. Siempre me había hecho gracia, pero no creí que este fuese el mejor momento, nos tocaba hacer un vivac en plena montaña, sin saco, sin funda, sin agua y agotados. Rebuscamos un poco arriba, un poco hacia abajo y por fin encontramos el sitio. Nos acomodamos lo mejor posible, ya no se podía hacer más que esperar la luz del día. Seria una noche muy larga. Realmente no era nada cómodo, un pequeño agujero entre dos piedras donde sentado me salía medio cuerpo y las rodillas. Tampoco ellos encontraron algo mejor. Lluis simplemente estaba sentado en una piedra con las piernas colgando por encima mío y Joan se quedo estirado a medias sobre una piedra dudosamente lisa. Al poco rato Joan tubo que despertar a Lluis que se balanceaba dormido con la posibilidad de caer y yo desde abajo oía como le decía que no se durmiera o que cambiara de lugar.No había pasado mucho rato cuando empezó a nevar. Llego el momento de arreglártelas como puedas y que sea lo que sea. Me acurruque en mi agujero, me coloque el casco en la cabeza para amortiguar la dureza de la piedra e intente dormir un poco. No fue una de aquellas noches que pasan y se van, las horas no pasaban, aun se veían luces en el pueblo de Zermatt, allá abajo en el refugio todo era quietud, el sol no quería salir aquella mañana, el frío nos estaba castigando. Seguíamos despiertos y según nuestros cálculos los primeros escaladores del nuevo día estaban a punto de partir, nos empezamos a preparar, estábamos entumecidos y muertos de sed, la lengua como un cartón. A Joan le costo levantarse ya que el pelo se le había enganchado con el hielo de la roca en la que intento dormir, ahora solo quedaba esperar a que los primeros frontales empezasen a mostrarnos el camino de vuelta. Por fin, sobre las tres de la madrugada, las primeras luces, los escaladores salían del refugio y una hilera de pequeñas luciérnagas emprendía el camino hacia la cima. Ahora teníamos que fijar la vista e intentar intuir por donde iba el camino. Llevábamos mucho rato esperando y siguiendo con la vista todas las luces que aparecían y desaparecían entre los recodos del camino cuando de pronto la primera apareció unos tres metros por debajo de nuestro vivac y en pocos minutos se presento delante nuestro. Era como un milagro, en el fondo no estábamos tan perdidos, tantas subidas, bajadas vueltas y mas vueltas y habíamos acabado durmiendo sobre el camino. Empezamos el retorno resiguiendo las luces que ahora subían, estábamos muy cansados y el paso era muy lento, pero poco a poco íbamos avanzando. Por fin las primeras luces de la mañana, por fin un poco de alegría para la vista, El paisaje seguía siendo precioso, aunque perdía su encanto a causa del cansancio, la terrible sed y las ganas de llegar abajo. A medio camino y casualmente nos encontramos con los vascos del día anterior que también habían tenido que vivaquear y por lo que explicaban no muy lejos nuestro. Así bajamos todos como un pelotón de desesperados, muertos de sed. La sed, que horrible sensación, ahora era como tener un papel de lija por lengua y arcadas cada vez que intentaba hablar así que lo mejor era no decir nada caminar en silencio compartiendo el agotamiento con los otros compañeros. Bien!!, Visca!!, por fin, el refugio, la última destrepada por unas cuerdas húmedas y el pequeño nevero de donde tendríamos que haber sacado más agua el día anterior. Ahora todo quedaba excusado así que fuimos a comprar tres botellas de agua al refugio. El precio inmoral no fue un freno para nuestros sedientos cuerpos. Y el litro y medio no duró mas que unos pocos minutos en la botella. Ya estaba, se había acabado todo. Tras una larga y merecida siesta o lo que fuese a aquellas horas nos pusimos a desmontar la tienda y preparar las mochilas para el camino de vuelta. Este era sencillo pero dado el cansancio se hizo muy largo. Reconocíamos los lugares por los que habíamos pasado y sabíamos que cada vez estaba más cerca el final. Ahora solo pensábamos en bajar a Zermatt y darnos una buena comilona y sobre todo soñábamos con litros y litros de agua. Esto se acabo, tirados en el suelo esperábamos que el próximo teleférico nos bajase hasta Zermatt.